“Si las mujeres hubiesen escrito libros, seguramente todo
habría sido diferente”, afirmó la escritora medieval Cristina de Pizán.
Sabía de lo que hablaba. La pluma le había permitido no solo abrirse camino en
un mundo reservado a los hombres, sino también ganarse la vida con ella y
defender a la mujer de los prejuicios a los que estaba sometida. Christine de Pizán nació en 1364 en Venecia y vivió hasta el 1430
(moriría en el monasterio de Poissy) fue una poetisa y feminista medieval
francesa. Fue pionera, además de por su feminismo (hablamos de los siglos XIV y
XV) por ser la primera intelectual profesional.
Nacida en Venecia, con cuatro años abandona su ciudad natal ya que su padre, Tommaso da Pizzano, se traslada a la corte parisina de Carlos V de Valois en calidad de médico y astrólogo del rey.
A partir
de este momento Cristina disfrutará de una vida cortesana colmada de lujos.
Recibe una completa educación debido al empeño de su padre, en contraste con la
actitud de su madre que se opone duramente a la instrucción de su hija en
materias que no sean otras que las relacionadas con las tareas domésticas. Con
quince años contrae matrimonio con Estienne du Castel, notario del rey. Diez
años después enviuda debido a la peste. Con veinticinco años y tres hijos tendrá
que enfrentarse a una difícil situación económica. Para solventar su precaria
situación y mientras pleitea para recuperar parte del patrimonio perdido, se
dedicará profesionalmente a la escritura. Comienza escribiendo baladas de
lamentación por la muerte del amado, pero posteriormente se dedicará a temas
relacionados con la historia, la política, la condición de la mujer, etc. Este
cambio en la temática de sus obras se debe principalmente a una renovación en el
ámbito cultural, a un incipiente, que despertará el interés de los intelectuales
del momento por las disciplinas relacionadas con todo aquello que rodea al ser
humano. La mujer y su condición será un argumento tratado ampliamente por la
autora italiana en varias de sus obras. Cristina será la iniciadora de lo que se
conocerá durante el Renacimiento como la Querella de las mujeres, movimiento de
defensa de la mujer llevado a cabo por diversas intelectuales del momento y que
surge a raíz de su obra Cartas de la Querella del Roman de la Rose (1398-1402)
contra la segunda parte de esta obra escrita por Jean de Meun, donde el autor
ataca duramente a las mujeres. En 1407 estalla la guerra civil en París y en
1411 Cristina huye de la capital para refugiarse en el convento de Poissy con su
hija. Muere en 1430 en su retiro de Poissy, a los sesenta y seis años.
No sólo
fue la primera escritora feminista sino que, para muchos estudiosos, también fue
“la primera escritora profesional. Para la medievalista Blanca Garí, Pizán es la
primera escritora feminista porque, frente al discurso de los doctos de la
época, la autora escribió a partir de su experiencia, de la experiencia que
tenía de su cuerpo de mujer: es la primera que afirma que todo lo que se dice
sobre la maldad de las mujeres no se debe a ninguna característica intrínseca,
sino a las circunstancias, que no es natural, sino social. Y que repasa lo que
los hombres han dicho de las mujeres y lo rebate desde su propia experiencia.
Su obra abarca una treintena de trabajos. Además de cultivar diversos géneros
literarios, Cristina abordó temas muy diversos, como la biografía política, el
amor cortés, los manuales de conducta o la mitología. Todos ellos, temas bien
asentados en el humanismo, el movimiento que irradiado desde Italia, impregnaba
ya la vida de muchas cortes europeas. Ese movimiento cultural de carácter laico,
desarrolló un proyecto educativo específico para las mujeres. El proyecto
educativo humanista preveyó que algunas mujeres laicas de las clases dominantes
se instruyeran en los saberes que desde la época clásica, se dividían en las
siete disciplinas de las artes liberales: el trivium (que comprendía la
gramática, la dialéctica y la retórica, nombradas artes del lenguaje) y el
quadrivium (que comprendía la geometría, la astronomía, la aritmética y la
música). Para el humanismo, la retórica era una materia central en su teoría de
la educación, ya que se estudiaba para alcanzar competencia en la elocuencia
pública, lo que para este movimiento cultural era objetivo básico de una
trayectoria educativa ideal. Los ideólogos humanistas, sin embargo, insistieron
en que el currículum formativo de las niñas debía diferir del de los niños en un
punto fundamental: no debían estudiar retórica, ya que para ellas era una
enseñanza innecesaria. La educación de las niñas debía ser funcional a un modelo
de género femenino que condenaba a las mujeres al silencio público. Un silencio
que Cristina rompió, ya que tempranamente en su carrera literaria, intervino en
ese duro ámbito público, para que la experiencia femenina tuviera allí su voz.
Fue hacia 1399 cuando Cristina empezó a escribir abiertamente en defensa de las mujeres. Su primera obra en defensa de las mujeres fue la “Epístola del dios del Amor”, un largo poema de más de ochocientos versos con el que se lanzó exponiéndose a la vida literaria. Cristina contesta los desprecios, ofensas y engaños que damas y doncellas reciben de quienes dicen amarlas.
En los círculos políticos e intelectuales más elevados de Francia que Cristina frecuentaba, se estaba produciendo un importante debate social que acabó por afectar también a la mayor parte de países del occidente europeo, y que tomó por nombre de:
Querella de las mujeres.
Querella
es una palabra que indica tensión, combate, lucha; de las mujeres, porque lo que
se discutía eran las capacidades de las mujeres y su valía. El debate, de hecho,
duró siglos (la querella tendría entre sus participantes a Margarita de Navarra,
con su “Heptameron”, o a sor Isabel de Villena, con su libro contra, quien
acusaba a las mujeres hasta de haber provocado el diluvio), pero el episodio más
conocido fue el que tuvo lugar a finales del siglo XIV y principios del siglo
XV. Se discutía entonces sobre la naturaleza femenina, rebatiendo o apoyando una
antigua tradición misógina que repoblaba entonces la Europa culta y letrada. Una
tradición misógina que despreciaba la fisiología femenina y negaba las
capacidades morales e intelectuales de las mujeres. El cuerpo femenino era
descrito como fuente de malignidad y de impureza; las mujeres, como seres
engañosos e incapaces de acciones benefactoras para la sociedad.
Cristina
intervino en el debate de diversas maneras; escribiendo obras en defensa de las
mujeres y también promoviendo la recopilación de los textos que defendían y
atacaban a las mujeres, llevándolos de ese modo a la arena pública,
especialmente los generados por el debate entorno al “Libro de la rosa”, un
largo poema que influyó notablemente la lírica misógina europea.
Se
trataba pues de un debate en gran medida erudito, que se dirimía en textos
filosóficos, religiosos y científicos. Y fue, además, de gran alcance puesto que
en él participaron personajes de alto nivel e influencia. La intervención de
Cristina, primera mujer cuya voz sonó con fuerza en ese debate, aportó elementos
nuevos e inéditos en la historia del pensamiento político: “Si las mujeres
hubiesen escrito esos libros los habrían hecho distintos, porque ellas saben que
se las acusa en falso”.
Christine de Pizan
presenta su libro a Isabel de Baviera y su corte. |
En “La
ciudad de las damas” (su obra más conocida y que aún se edita hoy en día) y, en
general, en toda su obra, Cristina pone en juego en primer lugar, su ser mujer.
Se trata de un cambio fundamental en el punto de vista, en el lugar de
enunciación de quien elabora y emite un discurso, un cambio de perspectiva que
convierte el cuerpo sexuado en fuente legítima de conocimiento. “La ciudad de
las damas” es un retablo de reconocidas mujeres ejemplares, reales o míticas,
cuyas virtudes no habían sido superadas por ningún varón. Un texto que,
rompiendo con los tabúes de la época, toma por primera vez la palabra en nombre
de todas las mujeres para defenderlas de las continuas invectivas que los
hombres les dedicaban. Las acusaban de escasa capacidad intelectual, debilidad,
avaricia o infidelidad; de causarles placer la violación y de hacer insoportable
el matrimonio con su amargura y rencor, les impedían estudiar alegando que el
conocimiento corrompería sus costumbres, y los predicadores llegaban a decir que
si Dios se había aparecido a una mujer era porque sabía que no podría callarse y
antes se conocería la noticia de su resurrección. Del mismo modo, prohibían el
púlpito a las abadesas porque sus labios “llevan el estigma de Eva, cuyas
palabras han sellado el destino del hombre”. En “La ciudad de las damas”, la
autora recurre a tres figuras alegóricas que se le aparecen en su estudio,
Razón, Derechura y Justicia -tres virtudes laicas frente a las teologales Fe,
Esperanza y Caridad-, para rehabilitar a las mujeres construyendo una ciudad
cuyos cimientos, piedras y acabados son los ejemplos de mujeres virtuosas y cuya
argamasa es la tinta.
“La
ciudad de las damas”, con las heroicas y benefactoras acciones de sus
protagonistas, realiza una gran hazaña: la de construir a las mujeres como
sujeto político. No se trata de un lugar para esconderse del mundo ni desde el
que luchar en su contra. Se trata de un espacio simbólico que resguarde la
presencia viva y significante de la autoridad femenina en el mundo. Sus murallas
quieren proteger y asegurar el reconocimiento de lo que las mujeres han hecho y
hacen en él. La ciudad que Cristina construyó simboliza el espacio público,
recuperando para la política su sentido originario. Pero en ese espacio las
mujeres estamos con, y por, nuestra historia propia, con señorío, no como
invitadas ajenas a su definición y a su diseño.
La
ciudad de las damas
Sentada
un día en mi cuarto de estudio (1), rodeada toda mi persona de los libros más
dispares, según tengo costumbre, ya que el estudio de las artes liberales es un
hábito que rige mi vida, me encontraba con la mente algo cansada, después de
haber reflexionado sobre las ideas de varios autores. Levanté la mirada del
texto y decidí abandonar los libros difíciles para entretenerme con la lectura
de algún poeta. Estando en esa disposición de ánimo, cayó en mis manos cierto
extraño opúsculo, que no era mío sino que alguien me lo había prestado. Lo abrí
entonces y vi que tenía como título “Las lamentaciones de Mateolo” (2). Me hizo
sonreír, porque, pese a no haberlo leído, sabía que ese libro tenía fama de
discutir sobre el respeto hacia las mujeres. Pensé que ojear sus páginas podría
divertirme un poco, (…)
Si fuera
costumbre mandar a las niñas a la escuelas e hiciéranles luego aprender las
ciencias, cual se hace con los niños, ellas aprenderían a la perfección y
entenderían las sutilezas de todas las artes y ciencias por igual que ellos pues
aunque en tanto que mujeres tienen un cuerpo más delicado que los hombres, más
débil y menos hábil para hacer algunas cosas, tanto más agudo y libre tienen el
entendimiento cuando lo aplican.Ha llegado el momento de que las severas leyes
de los hombres dejen de impedirles a las mujeres el estudio de las ciencias y
otras disciplinas. Me parece que aquellas de nosotras que puedan valerse de esta
libertad, codiciada durante tanto tiempo, deben estudiar para demostrarles a los
hombres lo equivocados que estaban al privarnos de este honor y beneficio. Y si
alguna mujer aprende tanto como para escribir sus pensamientos, que lo haga y
que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas
finas, collares o anillos. Estas joyas son nuestras porque las usamos, pero el
honor de la educación es completamente nuestro. (…)
Ilustración del siglo XV para el libro "La ciudad de las Mujeres" |
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(1)
Cristina posee, en el siglo XIV, un cuarto de estudio propio, algo que en el
siglo XX, Virginia Woolf, en “Una habitación propia” sigue exigiendo como uno de
los elementos indispensables para el desarrollo intelectual de la mujer.
(2) “Las
lamentaciones de Mateolo” es la traducción al francés de “Liber Lamentationum
Matheoluli”, un libro compuesto hacia 1300 y que es un compendio de tópicos
misóginos de casi seis mil versos.
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me encanta el artículo, es muy aclarador de la historia femenina y su orden simbólico.
ResponderEliminarme encanta el artículo, es muy aclarador de la historia femenina y su orden simbólico.
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